Wednesday, February 21, 2018

Odisea en Los Anticonas - 5,150 msnm


26 de septiembre de 2017. Kilómetro 120 de la carretera central, Ticlio, 4 o 5 de la mañana, yo y Bruno C. Pletikosic, montañero y guía experimentado de Lima. El bus nos dejó a orilla de carretera, literalmente en medio de la nada a 4,800 msnm, nuestro plan era ascender al Nevado San Andrés antes de yo devolverme a Panamá. Fue algo tan espontáneo que decidimos dos días antes, tomando café en el Malecón de Lima.

Empezamos a caminar en la penumbra, con pesadas botas de alta montaña (mixtas, Moraine, las que llevaba las alquilé del guía de montaña Alberto Hung), debo decir que he usado botas plásticas y son una verdadera TORTURA, con estas botas me sentí tan a gusto, incluso en las zonas de trepar rocas y escalar un poquito.


Yo sentía un poco de nervios como es usual; era una madrugada tan silenciosa y fría que sólo me concentré en dar un paso tras otro hasta aproximarnos a la morrena. Una vez amaneció, ya estábamos en la empinada morrena, Bruno y yo empezamos a hablar tantas cosas políticamente incorrectas como dos viejos amigos que reflexionan, concuerdan y ríen por sus ideas.Una buena compañía hace toda la diferencia para ignorar un poco el cansancio y acallar la mente con sus ansias. Debo decir que me sentí en ese momento muy a gusto en la altura y tranquila a medida que progresábamos en el ascenso.

Llegamos a la parte de la ''trepadera'' y ya divisábamos un poco el glaciar que era una cortina blanca, delicada y resplandeciente que me dio tanta paz, algo como flotar en un éter de ensueño se podría decir. Era un tramo bastante empinado pero no hizo falta encordarnos, sólo con los bastones avanzamos por la nieve pero el terreno se empinaba más y le dije que prefería utilizar los crampones y el piolet. Me senté en una roca, tratando de balancearme por la inclinación y me equipé. Hubieron varios resbalones donde practiqué mi autodetención pero sí confieso que cogí un par de sustos.

Al llegar a la base, faltaba muy poco para la cima del San Andrés a la derecha pero el tiempo pintaba muy feo. Nubes grises y bajareque amenazaban con detonar en cualquier momento y fue justo ahí: empezó ventisca y nevada, haciendo el terreno resbaloso y más inestable. Decidimos no subir al San Andrés sino realizar la travesía de las Anticonas.


Alcanzamos la cima de este macizo, aquí mi foto cumbrera en Anticona Este a 5,150 msnm, pero yo sabía que teníamos que apurarnos y avanzar.


Avanzamos pero las rocas se ponían cada vez más resbalosas y un descuido y no la contábamos. Es esa fragilidad de vivir tanto el presente que tan sólo una decisión puede hacernos regresar con bien o cometer una imprudencia. Gracias a la experiencia de Bruno rápidamente optamos por otra salida y decidimos descender, ya no por el glaciar, sino por unas pampas inmensas y explanadas que habían mucho más abajo. Me gusta que no sea una zona muy visitada por turistas extranjeros que prefieren ir a Huaraz o a Cuzco... ahora me dan muchas ganas de volver a la Cordillera Central de Lima.

En el camino, vimos una hilera de huellas de lo que parecía ser un puma ¿o un puma juvenil?

Juzguen ustedes mismos:



Descendimos por terrenos abruptos hasta llegar a un largo, largo plano pero era la vía segura y yo me sentí muy tranquila a pesar del mal tiempo. Luego ya de una hora, me vino el cansancio y la sensación de frío, el viento pegando en la cara y sí, ¿ya dije cansancio?, seguía a Bruno a través de la bruma, observando huellas de vicuñas que seguramente huían del puma y luego volvimos a ascender para dar nuevamente con la montaña, prácticamente la bordeamos entera.

Luego de un interminable pero seguro descenso, llegamos al punto de partida. Seguimos caminando y encontramos un pequeño local donde tomamos un mate de coca y mis galletas predilectas peruanas: Margaritas. De ahí esperamos el bus y de vuelta a Lima. Fue bastante agotador pero tuve una felicidad que brillaba en las horas de más angustia interna... una felicidad que sobrepasaba los nervios y una seguridad y confianza en mi compañero que anulaba el miedo pero que me exigía concentración y esfuerzo... gracias a la Montaña por el mal tiempo, que nos hace más fuertes y nos enseña a respetarla en todo momento, a tomar decisiones y a agradecerle.

De toda la odisea maravillosa, me quedaron tres tesoros que perdurarán en mi vida:
1. La frase que me dijo Bruno: ''Un día en la montaña equivale a una vida entera''
2. La amistad irreverente y políticamente incorrecta de Bruno (¡eres lo máximo!)
3. Los paisajes que quisiera compartirles a través de las pocas fotos que tomamos.